Sinhogarismo femenino. ¿Invisible?

Sinhogarismo femenino. ¿Invisible?

El sinhogarismo desde una perspectiva de género

Las causas del sinhogarismo de las mujeres tienen su origen en el sistema patriarcal y sólo desde ahí podemos explicarlas, dado que este sistema impregna todas las dinámicas y estructuras sociales en todo el mundo. El riesgo de exclusión social severa en las mujeres está directamente relacionado con su capacidad de crear un hogar y mantenerlo de manera autónoma, tanto afectiva como económicamente.

Las mujeres sin hogar comparten muchas de las características con los hombres sin hogar, pero además, también en estas situaciones, se ve reflejada su posición subordinada y desigual en la sociedad (Doherty, 2001).

Uno de los resultados más evidentes de esta invisibilidad es que las políticas de atención a las personas sin hogar han sido diseñadas desde una perspectiva masculina, pensando en la atención a aquellos afectados por la exclusión residencial que pasan más tiempo en el espacio público. En consecuencia, las formas de exclusión residencial que se consiguen cuantificar y aproximar son las que históricamente han motivado la creación de los dispositivos de atención.

Cuando el sinhogarismo es abordado desde una perspectiva de género, se identifican algunas características específicas que configuran las experiencias de exclusión residencial grave de las mujeres. En este sentido, uno de los hallazgos más importantes de estos estudios ha sido el de comprobar que, entre las mujeres, este fenómeno adopta un carácter encubierto (Edgar y Doherty, 2001). Cuando se alude al sinhogarismo encubierto como la forma específica que adopta este problema en el caso de las mujeres se señala que éstas, por sus atribuciones de género, accederían a otras formas de alojamiento distintas a las de los hombres, desplegando así ciertas estrategias al objeto de evitar espacios percibidos como especialmente hostiles, como son la calle o determinados albergues de acogida.

Los principales motivos por los que las mujeres no utilizan los servicios para personas sin hogar serían los siguientes (Emakunde, 2016):

  • El temor a la victimización en aquellos recursos donde predominan los usuarios masculinos.
  • Presencia mayoritaria de hombres en los recursos generales de atención a las personas sin hogar, así como su escasa adaptación a las necesidades específicas de las mujeres.
  • El estigma ligado al uso de los servicios sociales.
  • La percepción de que los servicios no se adecuan a sus necesidades, o de que plazas para madres con niños y niñas, detectándose, asimismo, dificultades para alojarse en servicios que admitan parejas o mascotas.
  • El desconocimiento de los servicios existentes y de su derecho a utilizarlos.
  • El rol social atribuido a las mujeres se halla fuertemente vinculado a su papel como madre y esposa, dos funciones desempeñadas en el ámbito privado del hogar. Estos condicionantes de género determinan, por tanto, que las mujeres recurran, como una estrategia de seguridad personal, pero también como parte de una elección individual, a formas de sinhogarismo poco visibles, tratando de pasar desapercibidas incluso cuando se encuentran ya en una situación de calle.

Al centrarse en situaciones de sinhogarismo altamente masculinizadas, las políticas de atención a personas sin hogar han definido una cartera de servicios y unas metodologías de intervención que se adaptan mejor a necesidades vinculadas a estilos de vida tradicionalmente masculinos que a estilos de vida femeninos. Los patrones de comportamiento de mujeres y hombres cuando viven situaciones de exclusión residencial y su relación con los recursos residenciales de emergencia, están condicionados por un diseño androcéntrico de los equipamientos debido a que las mujeres se encuentren en evidente minoría (Pleace et. al . 2016). La sensación de miedo y de falta de intimidad que ocasiona la falta de hogar persiste, de manera muy intensa, entre las mujeres que tienen que hacer uso de este tipo de recursos (Salas et. al. 2015), favoreciendo la cronificación de las mujeres en situación de sin hogar.

A la incomodidad material de residir en un entorno masculino se suma la doble estigmatización que sufren las mujeres sin techo. Al estigma propio de su situación de pobreza vivida en la calle se añade la que proviene del supuesto abandono de su rol de cuidadora en el ámbito doméstico. La erosión hasta la ruptura de las relaciones familiares es vivida como fracaso personal para las mujeres sin hogar, así como por su entorno (Van den Dries et. Al. 2016). Esta ruptura se perpetúa y agrava cuando los equipamientos residenciales dificultan o impiden la reconstrucción de estos vínculos. La inexistencia de espacios de intimidad en los recursos habitacionales públicos y privados provoca que el restablecimiento de las relaciones familiares se distancie en el tiempo. Cuando la persona atendida no puede considerar el equipamiento su hogar, difícilmente lo convertirá en un espacio de intimidad.

Blanca Arbós Perez
info@synergiasocial.com
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